Corría el verano de 1990. En Italia se disputaba el Mundial de fútbol, uno de los más recordados de la historia entre otras cosas: por su canción oficial, la famosa ``Un’estate italiana´´, cantada por Gianna Nannini y Edoardo Bennato, por su balón, el mítico Etrusco de Adidas, y, sobre todo, por la pasión que se levantó en todo el planeta por vivir el espectáculo del balompié, no tanto por la calidad del fútbol disfrutada, pues para muchos es el peor mundial de la historia en cuanto a lo deportivo.
Además, no faltaron a su cita con el Mundial selecciones tan importantes como las de Inglaterra, Alemania Federal, Brasil, Países Bajos o, la anfitriona, Italia, por lo que el campeonato contó con estrellas como Völler, Matthaüs, Gullit, Van Basten, Koeman, Platt, Lineker, Bebeto, Dunga, Romario, Baggio o Baresi.
Así, Italia llegaba como una de las selecciones más fuertes, habían ganado el Mundial de España 82 con un inconmensurable Paolo Rossi. No obstante, en México 86 fueron eliminados en Octavos por la Francia de Platini, aunque la difícil adaptación al ambiente, la mala forma física de los jugadores y las distintas polémicas de los medios de comunicación con los futbolistas sirvieron como excusa para una eliminación tempranera.
De esta manera llegaba Italia 90, era el momento en el que la Squadra Azzurra tenía que hacer creer al mundo futbolístico que lo de España no había sido casualidad. Con Vicini como seleccionador, el vestuario sufrió una renovación. Principalmente, ya no estaban ni Paolo Rossi, ni Altobelli ni Tardelli ni Conti, y entraban en la convocatoria los Roberto Baggio, Paolo Maldini, Ciro Ferrara o Donadoni, y continuaban otro habituales como Vialli, Baresi o Vierchowod. En Italia había ilusión y mucha pasión por el deporte rey y las expectativas en los hombre de Vinici eran muy altas. Pero Italia no era un país unido a principios de los 90, el sur rebelde y el norte industrializado y rico estaban en disputa. No había un sentimiento patriótico y prácticamente volvía la condición de las ciudades-estado de la antigüedad. Por ello, los jugadores italianos sabían que estaban ante una oportunidad única para unir al país, que no dudó en apoyar a los suyos fogosamente.
Italia ganó los 3 partidos de la fase de grupos, ante Austria, Checoslovaquia y EEUU, mientras surgía un nuevo héroe nacional, Salvatore Schillaci, quien ni siquiera esperaba ser seleccionado y se proclamaría máximo goleador del torneo. Luego eliminarían a Uruguay y a Irlanda en octavos y cuartos de final, otra vez con el ``Toto´´ Schillaci de protagonista, ganándose el apodo de ``salvador de la patria´´.
En este punto, empieza el verdadero mundial para los anfitriones, pues se habían enfrentado a conjuntos de menor nivel pero en semifinales el rival era la selección favorita, la poderosa Argentina de Maradona, el futbolista que había hecho al Nápoles un equipo grande en Italia y todo el continente y, para colmo de males, el partido se jugaría en la casa del pelusa, el Estadio San Paolo de Nápoles. Debido a ello se despertó en la ciudad sureña un sentimiento de contradicción. Por un lado, querían apoyar a su estrella, pero también sabían que Italia estaba a un paso de la final de su Mundial.
Entonces, Maradona tomó cartas en el asunto y pretendió poner en contra a los napolitanos de toda Italia, pidiéndole que le apoyaran a él. Sin embargo, aunque una parte de San Paolo coreó el nombre de Maradona cuando los equipos saltaron al campo, una pancarta de hinchas del Nápoles dejaba clara la tendencia de la afición: ``Te queremos Maradona, pero Italia es nuestra patria´´.
Con esto, dio comienzo el partido, con los tifosi italianos animando a su conjunto. En el minuto 17’ Schillaci ponía por delante a Italia contra todo pronóstico. La Squadra Azzurra tuvo que aguantar todo el partido a remolque, defendiendo los ataques albicelestes. De este modo, en el minuto 67 Caniggia empata el encuentro y los nervios aparecen en la hinchada local. Sólo a 20 minutos del final, la calidad argentina podía resolver el partido en cualquier jugada. Italia aguantó hasta el final y el choque iba a la prórroga. En el tiempo extra tampoco se decidió quien sería el finalista, por lo que Italia debería disputar su primera tanda de penaltis en un mundial. Marcaron los 3 primeros de cada equipo, para los transalpinos Baresi, Baggio y De Agostini, mientras que para los sudamericanos anotaron Serrizuela, Burruchaga y Olarticoechea. Los siguientes lanzamientos serían decisivos: falla Donadoni, y los napolitanos veían como Maradona se acercaba al punto de penalti para decantar la balanza del lado argentino. El pelusa no falla y la última oportunidad italiana era de Aldo Serena, quien no quería tirar la pena máxima, pero tuvo que hacerlo pues ningún compañero se ofrecía. Lo que él no sabía es que su penalti fallado dejaría fuera a Italia de su final, y que abandonaría el campo bañado en lágrimas. Argentina jugaría la final contra Alemania Federal, que se proclamó finalmente campeón.
Maradona era un gran jugador de fútbol, para muchos el mejor de todos los tiempos, pero no era lo suficientemente bueno como para dividir a Italia, que, a pesar de caer en semis, volvió a sentirse como una nación unida, sentimiento que revivió gracias a la pasión con que se vivió el torneo. A partir de entonces, el fútbol italiano, el Calcio, vivió una época de bonanza, con los equipos transalpinos triunfando en las principales competiciones europeas.